miércoles, 19 de marzo de 2014

EL ERROR GARRAFAL...O CÓMO DISFRUTAR DE MALASIA


Antes de contaos lo que nos sucedió, pongámonos en antecedentes.

Nuestro viaje comenzó en Tailandia, ya casi hace siete meses. En aquella ocasión aterrizamos en Bangkok, entrando en el país sin necesidad de tramitar previamente ningún visado. Nos lo concedieron a la llegada (“on arrival”) en el propio aeropuerto, de forma gratuita y para un mes.

Posteriormente cruzamos a otros países, en barco o en autobús, visitando Laos, Vietnam y Camboya, negociando el precio del visado o no, o esperando a la concesión del visado durante unos minutos porque algún billete de diez dólares no era nuevo.

Desde Camboya volvimos a cruzar a Tailandia. Otra vez un visado gratuito, un mero trámite en la frontera.

Y aquí está el problema, he aquí nuestro ERROR GARRAFAL: entrar por tierra en Tailandia supone la concesión de un visado de ¡¡¡¡¡¡15 días!!!!!!

Así pues, nos resituamos en la localidad que mencionábamos en el post anterior: Pak Bara. Llevábamos 24 días en Tailandia, es decir, 9 días de ilegales. Desde este pueblo pensábamos visitar en barco, Koh Lipe, otra isla paradisíaca. La tarde-noche anterior, a Jon se le ocurrió mirar su pasaporte, donde en el sello del visado podía leerse claramente que el visado era para 15 días. Sudores fríos y, por supuesto, cambio de planes repentino. Bueno, no sólo de planes, también de país; y al día siguiente.

A decir verdad, solamente teníamos pensado pisar Malaysia para volar a Sydney desde su capital, Kuala Lumpur. Pensábamos apurar nuestros días en las islas del recién encontrado paraíso. Ilusos.

Así que, algo apurados y con la sonrisa nerviosa aún en nuestras bocas, decidimos coger a la mañana siguiente el primer autobús que nos llevase a algún lugar cercano a la frontera Tailandia-Malaysia, que debíamos cruzar.

Tras una rápida, divertida y, no por ello, menos estresante lectura de un foro de viajes, encontramos aquél lugar, nuestro próximo destino: Penang-Georgetown.

Menos divertida fue la lectura, también en internet, de la definición de overstay (básicamente, “estar más de la cuenta”), o de casos de estancias en cárceles en Tailandia por excederse en los días del visado, o de la multa que, no es que seguramente nos tocase pagar, no. La que obviamente pagamos. Sí, es bonito imaginarse en una película sobornando al policía fronterizo corrupto de turno. Evidentemente intentamos corromperle. Fue imposible. He aquí una foto anecdótica:




Peeeeeero, tras un desafortunado golpe, suele aparecer la buena fortuna. A la tarde siguiente, estábamos en Georgetown. Sin duda, una de las grandes sorpresas del viaje.



Una localidad cuyo casco antiguo, centro de la ciudad, fue declarada Patrimonio de la Humanidad hace cinco años.




A destacar la gran belleza de sus calles, con el arte siempre presente, famosa por su “Street Art”...



...antiguos y coquetos edificios y viviendas coloniales...



...o el precioso barrio flotante de los pescadores.





Impresionante la mezcla de culturas. Cada cual con sus principales núcleos o espacios como por ejemplo el Chinatown o Little India, pero conviviendo en toda la ciudad apaciblemente chinos, indios, musulmanes y malayos.



Todo ello convierte cada paseo en un disfrute constante. Patear las calles es un viaje en sí mismo.

 




Y la visita a esta ciudad, la cual hemos olvidado decir que se trata de una isla al noroeste de Malasia, conectada por un gran puente con la península, fue si cabe más especial desde el momento en que conocimos a Emma y Thomas.

Una genial pareja, ella canariona y él estadounidense, con la que aprendimos y disfrutamos muchísimo. Ambos llevan viajando toda la vida y, de hecho, desde hace unos cuantos años viven viajando. Para ellos cada día es un viaje, cada día es aprender, cada día es experimentar. En aquellos días juntos forjamos una amistad especial, charlando, caminando, comiendo o riendo juntos. La despedida no tuvo un sabor muy triste pues todos la tomamos como un hasta luego.



Nos despedimos de ellos en la estación de Butterworth, tras cruzar desde Penang en ferry (gratuito, por cierto). Cada uno seguía su camino y el nuestro era dirección Kuala Lumpur.

En la capital de Malasia tuvo lugar nuestra primera experiencia couchsurfing, muy útil y recomendable para cualquier viajero.

Y no pudo ser mejor experiencia. Tras dos respuestas positivas para alojarnos y con cambio a última hora de una a la otra, sin saber muy bien porque razón…uffff…¡¡¡cómo es el destino!!

La fortuna nos ponía buena cara. Quedamos en un bar de la calle más céntrica de la ciudad.



Allí nos encontraríamos con Jimmy, un encantador joven francés, también alojado en la casa del señor X (no podemos desvelar su identidad). Este japonés, de unos treinta años, no suele llegar hasta tarde por la noche a casa porque termina muy tarde de trabajar.  

Jimmy nos acompañaba hasta el piso que la empresa para la que trabaja el señor X pone a su disposición y que, grandiosa generosidad, éste pone a disposición de los “couchsurfers” como Jimmy o nosotros. El piso estaba situado concretamente en el piso 24 de un nuevo e imponente rascacielos, céntrico y muy próximo a las torres Petronas, que son estas:
 



Las vistas desde el enorme y moderno piso por la noche son impresionantes.



Al llegar, Jimmy nos preguntó si necesitábamos una ducha, creíamos, para indicarnos donde estaba el servicio. Aún estábamos alucinando por las modernidades y dimensiones del piso cuando Jimmy nos hizo acompañarle fuera de casa. Cogimos el ascensor hasta el último piso. Al salir del ascensor nos topamos con unas tumbonas, duchas y ¡piscina! INCREIBLE. Quedaba media hora para poder disfrtar la piscina y nos dimos un inesperado y placentero baño mientras Jimmy se descojonaba al ver nuestras caras de incredulidad.

Todas las noches cocinábamos la cena para compartir unos momentos con el bueno del Señor X.

Aquel lujo inesperado fue perfecto para coger fuerzas para lo que nos esperaba: AUSTRALIA.

En el siguiente post os contaremos lo que supuso poner los pies en Sydney.

HASTA PRONTO.