Os dejamos con la voz en off de atuboladelmundo, que os va a
contar lo que realmente sufrimos en nuestras carnes…
El trekking continuaba y nadie esperaba lo que iba a ocurrir.
Cinco
minutos antes de la “pesadilla” se sacaron esta foto, sonrientes y tranquilos;
impasibles ante la escena que vivirían a continuación.
Pues
bien, bajaban la colina cuando a lo lejos divisaron una mancha de 40-50
¿libélulas? estas son inofensivas así que continuaron…
Alguien
del grupo gritó y empezó a correr, ¿Pero qué ocurría? Por un momento se
juntaron todos, menos Tama, en círculo pero, ¿Dónde estaba el guía?
Hablaron
unos segundos pensando qué hacer y hacia dónde ir, y las supuestas libélulas empezaron
a picarles…
La
realidad es que eran unas abejas gigantes, mordían dejando su aguijón metido,
enganchadas, había que arrancarlas, ¡¡¡cogiéndolas con los dedos!!!! Cabeza,
piernas, brazos; les estaban atacando y picando sin parar.
Sólo
se oían gritos y más gritos, corriendo a toda velocidad, caras de pánico y
absoluto terror, como si de una peli de Hitchcock se tratase.
Empezaron
a correr y les perseguían, se acercaron al borde del río pero algunas todavía
querían picarles.
Hannah
la chica inglesa de tan solo 20 años, chillaba, lloraba y sudaba mucho, se puso
muy nerviosa y decía que le picaba mucho la cabeza. Su amiga se portó genial,
con madurez, y consiguió tranquilizarle diciéndole que todo iba a pasar y que
pronto estarían a salvo.
El
grupo estaba incompleto, faltaban la holandesa de las chancletas y el guía.
Shandra gritó su nombre con desesperación; ¡¡¡¡¡Tamaaaaa!!!!!! Le necesitaban.
Por
fin apareció, él también con cara de susto, y detrás de él la holandesa con las
chancletas rotas en la mano, sudando, llorando y con un montón de picaduras.
Como
Hannah no conseguía tranquilizarse, Tama echó un vistazo a su cabeza y le quitó
cuatro abejas que se le habían enredado en el pelo.
Al
otro lado del río había un lugareño al que le pidieron ayuda desesperados; no
sabían qué hacer, hacia dónde ir y el picor era insoportable.
Jon,
pálido y sudoroso, se quejaba de un dolor muy fuerte en la cabeza, le habían
picado unas 5-6.
Shandra
tenía la oreja izquierda más grande que la de Shrek, le palpitaba y ardía, y
además tenía picotazos en las dos piernas.
Apareció
una chica local con ánimo de ayudar y decidieron seguirle, por orden de Tama,
bordeando el río pero... ¿Cuánto tiempo deberían caminar?, ¿Vendría alguien a
rescatarles?; y lo peor, ¿Habría más abejas?, ¿Serían venenosas las picaduras?
Tras
40 minutos caminando en el más absoluto silencio, llegaron a la casa de los
lugareños y la chica les dio una especie de sal para frotar en las picaduras,
aliviaba un poco pero la sensación de quemazón sumada al picor era insufrible.
Las
dos chicas austriacas tuvieron más suerte y sólo tenían uno o dos picotazos.
Tama
explicó al grupo que el día anterior habían cortado el árbol con la colmena de
las abejas, y era por ello que estaban “enfadadas”; qué mala suerte…
HASTA PRONTO
Todos
pidieron al guía que llamase a alguien para irse de la selva cuanto antes.
Otra
vez había que caminar, dolor, silencio, ruidos de animales, miradas al suelo y…
empezó a llover para darle más dramatismo al momento.
El
susto era mortal, ¿Se habrían ido?, ¿Volverían? Era inevitable pensarlo.
30
minutos de subida y ¡Vieron un coche! Siiii!!! ¿Salvados?
Tardaron
una media hora en llegar al hospital y, por suerte, les atendieron al momento;
camillas para los que estaban peor, entre ellos, Jon y Shandra. Pinchazo de
morfina para el dolor, vómitos y hielo para las picaduras. Estuvieron más de
una hora esperando ver alguna mejoría.
Por
fin, hacia las 17h. el grupo volvía cada uno a su Guest House, cargados de pastillas
para el dolor.
Estaban
hechos polvo y todavía duraba el susto y la preocupación.
Al
día siguiente, Jon se levantó con fiebre y las picaduras de Shandra estaban muy
hinchadas por lo que cogieron un tuk-tuk y fueron al hospital directos. Otro
hospital, este más moderno en Chiang Mai. Estuvieron más de tres horas, a Jon
le hicieron unos anáisis de sangre en los que indicaba una pequeña infección y
les recetaron más pastillas, esta vez antibióticos y antialérgicos.
Con
este panorama, la pareja, se vio obligada a quedarse tres días más en Chiang
Mai, bastante débiles y aún con el susto en el cuerpo, pero viendo cosas curiosas
entre que recuperaban fuerzas.
El
seguro del trekking cubrió todos los gastos médicos, menos mal, pero los días
siguientes fueron durillos.
Después
de esta historia, que bien podría ser un guión de una película de terror, ¿A
quién le apetece volver a hacer trekking? Desde luego a Shandra no. Jon dice
que ya pasó y prefiere sonreír recordándolo.
(Jon practicando, por si las abejas vuelven a atacarles)
A
los días el picor remitió y los hinchazones bajaron, tomaron los siete días de
antibióticos y a continuar con la aventura.
Decidieron
no asustar a la familia y por eso, probablemente se estarán enterando ahora al
leer este post.
Todo
pasó y están bien que es lo más importante.
Cuando
conocen a otros viajeros y hablan de dónde han estado y las actividades que han
hecho, el trekking siempre se menciona y, entonces, Jon y Shandra, se miran;
Jon se ríe, Shan no tanto, y les cuentan su aventura.
En
el siguiente post os contarán más cositas, sin sustos…
Que
nadie se preocupe en balde porque están bien y esto pasó hace más de 10 días.
Os
queremos…
HASTA PRONTO