Nuestra primera parada en
Camboya, tras los trámites oportunos para pasar la frontera con Vietnam fue en
su capital, Phnom Penh.
Camboya es un país con un pasado
reciente trágico. Episodios históricos escritos con sangre derramada de forma
terrorífica.
Imaginemos por un momento que
entre un cuarto y un tercio de la población del país donde vivimos es
aniquilada a manos de otros compatriotas. Una locura difícil de pensar y de
digerir.
Eso fue lo que estaba sucediendo
en Camboya sin que el resto del mundo lo supiera, a mediados de la década de
los 70. Un genocidio cometido por los Jemeres Rojos, encabezados y manipulados
por su líder Pol Pot.
Pol Pot, un camboyano de familia
de clase más bien alta, culminó sus estudios en Francia, donde se afilió al Partido
Comunista. Al regresar a Camboya fundó el partido de la misma ideología con el
que llegó al poder. En aquel instante comenzó su locura; sus ideas derivaron en
paranoia y en este terrible genocidio.
El dictador pensaba que la
verdadera fuerza del país estaba en el campo. Los campesinos eran los “viejos”
y los verdaderos valedores del país. En base a ello obligó a los habitantes de
las ciudades, los “nuevos”, a marchar al campo. Paradójicamente, este marchar al campo era más bien un regresar para la gran mayoría, puesto
que muchos campesinos acababan de emigrar e instalarse en las ciudades en busca
de nuevas oportunidades.
Quería incrementar la producción
del campo, algo muy difícil por mucho que obligase a trabajar a casi toda la
población del país. El arroz tenía que ser algo común a repartir de forma
equitativa. Nada más lejos de la realidad, con el dinero de las cosechas
compraba armamento y financiaba sus atrocidades.
La gente era obligada a labrar el
campo contra su voluntad incluyendo a niños y ancianos. Y la locura fue a más;
cualquier atisbo en alguien de modernidad o intelectualidad suponía el arresto,
la tortura y su triste final.
Los límites impensables eran
superados constantemente: cada vez más personas eran conducidas en camiones
hacia su cruel muerte. Hombres, mujeres, ancianos y niños eran engañados para
evitar el pánico. Les hacían creer que les llevaban a sus nuevas casas construidas
por el gobierno, cuando realmente se dirigían hacia campos de concentración y
exterminio. El número de gente que iba llegando a estos campos iba aumentado
gradualmente con el paso de los días.
Las ciudades quedaron vacías.
Phnom Penh era una ciudad fantasma. Y así fue como se fue consumando esta
atrocidad.
Nosotros tuvimos la oportunidad
de visitar uno de estos “killing fields”, campos de exterminio, a las afueras
de Phnom Penh. Choeung Ek Genocidal
Center ha sido preparado como centro de homenaje a las víctimas y lugar en
el que dar a conocer al mundo todo lo que ocurrió mientras la ONU y el mundo
seguían su curso con una venda puesta en los ojos.
Profundizar en este triste
episodio histórico te impacta y te resigna aún más y hemos querido dedicarle
este post. Lo hemos creído necesario. Puede parecer desagradable y puede herir
a buen seguro vuestra sensibilidad…pero no será nada en comparación con lo que
este pueblo tuvo que sufrir en aquellos tiempos, con las secuelas aún hoy
palpables.
Son, por nuestra parte,
pinceladas y reseñas de la historia de un pueblo y de una gente que nos ha
encandilado, que lucha día a día con una sonrisa en sus caras por salir
adelante. Un episodio imposible de olvidar. Pero ya no puede haber nada peor
que aquellos momentos sufridos. Es un ejemplo de superación de todo un pueblo.
También visitamos un colegio
convertido en prisión y lugar de ejecución de numerosas personas: profesores y periodistas
nacionales o extranjeros, entre otras personas, que quisieron mostrar esta verdad
al resto del mundo y, por ello, eran torturados y ejecutados . El colegio Tuol Sleng (S-21) ahora Museo del Genocidio se mantiene en gran
medida como lo encontraron las tropas del ejército de liberación. Fue otra
visita que nos encogió aún más el corazón y nos revolvió el estómago.
Es difícil mezclar con todo lo
dicho hasta ahora comentarios al margen de estos atroces acontecimientos. Se nos
ha hecho imposible obviarlo y escribir un post diferente. Podríamos contaros
que paseando por las calles de Phnom Penh hemos observado preciosos templos,
esculturas, plazas, parques o el bonito paseo al borde del río Mekong. Pero lo
que realmente hemos apreciado son los rostros de las gentes. Tanto aquí en
Phnom Penh, como en las paradas en pueblos en el trayecto hacia Siem Reap, como
en el mismo Siem Reap y como en el trayecto desde Siem Reap hasta la frontera,
lo que más nos ha gustado en esta corta visita a este país han sido las
sonrisas de los camboyanos, los intercambios de miradas y su humildad. Son los
rostros de la esperanza de un pueblo y el reflejo en sus miradas de la
superación y de la calma que siempre llega tras la tempestad pasada.
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