En
menos de una hora de vuelo dejábamos atrás la isla de Phu Quoc y aterrizábamos
en Ho Chi Minh City (Saigón).
El
siguiente objetivo era encontrar alojamiento. Nunca hacemos reservas previas
aunque sí solemos consultar a qué zona dirigirnos. En este caso, además,
creíamos saber qué autobús teníamos que coger desde el aeropuerto para llegar al
centro de Saigón.
Sin
embargo, aquél no aparecía por ninguna parte y no tuvimos más remedio que negociar
un taxi hasta nuestro destino junto con un señor que perseguía inútilmente el
mismo objetivo que nosotros.
Aquel
interesante hombre nacido en Hawaii pero con ningún rasgo hawaiano, nos iba
explicando cosillas de la ciudad en la que había vivido hacía bastantes años.
Fue profesor en Saigón hasta que la guerra de Vietnam alcanzó la ciudad. Ciudad
que veía muy cambiada y cuyo tráfico, en ese momento, nos tenía engullidos.
Le
contamos que estábamos viajando y lo que hasta el momento llevábamos viajado y
nos dio alguna que otra recomendación. A veces da pena no poder seguir
conversando con personas como aquel hombre a las que escuchar se convierte en
un auténtico placer.
Finalmente,
aún en pleno atasco, llegamos a la calle principal Pham Ngu Lao. Seguimos al
hombre hasta la puerta del hotel en el que había reservado habitación y, tras
despedirnos, no tardamos en encontrar nuestro cobijo. Habitación para tres en
el Rainbow Hotel, bueno, bonito y barato, en una de las estrechas “subcalles”
(así se nos ocurrió bautizarlas) de aquella céntrica zona.
Estábamos
algo cansados y, tras la ducha de rigor, nos saturó la vorágine contra la que
te estampas tras salir a la calle en busca de un lugar dónde cenar algo. Todo
es un negocio: restaurantes, puestos de comida, carteles luminosos, tráfico de
gente y de motos…muchas motos, locales de masajes, bares con prostitutas y
hombres montados en bicicletas que te ofrecen marihuana y otra serie de
servicios a la vez que hacen sonar un cascabel en forma de código (tras
escuchar sus palabras por primera vez te das cuenta de lo que significa ese
sonido en clave: “Girl? Bum-Bum?”). Llegan a ser muy cansinos y a veces hay que
poner cara de perro y mandarles a tomar viento.
El
día siguiente nos dedicamos a patear la ciudad bajo un sol de justicia. Visitamos
el Museo de la ciudad de Ho Chi Minh o Museo de la Revolución (Revolutionary
Museum), muy interesante. Nos sirvió para saber más sobre la historia de
Vietnam.
Por
cierto, como ya os contamos en otro post anterior, para un vietnamita cualquier
lugar es bueno para descansar. Incluso un banco en un museo…
Tras
la visita cultural nos fuimos al barrio de Cho Lon, cuya traducción literal al
vietnamita es “mercado grande”, el “China Town” de Saigón. Lo que a nosotros
nos interesaba de este barrio era que en él se hallan unos cuantos templos
chinos y pagodas que tienen su encanto.
Pateando
las calles de Cho Lon conocimos…
…
un hombre que nos reparó una patilla de una gafa (no nos cobró nada…la
excepción a nuestro dicho “en Vietnam no hay nada gratis”).
…
unos taxi-moteros la mar de “salaos”.
…
un conductor de ciclo majísimo.
…
parte del cableado de Saigón.
…
y motos, muuuuuchas motos: aquella amenaza constante.
Tras
sumergirnos en un mercado, salir sin ahogarnos y comer algo, regresamos al
hotel en autobús de línea local (baratísimos), como mandan los cánones.
Una
refrescante ducha y, mientras caía el sol, nos dirigimos a otro mercado
cercano, Cho Ben Thanh, donde, esta vez sí, Aritz hizo alguna compra. Fue
divertidísimo regatear, vacilar y ser vacilado.
Al
día siguiente fuimos a visitar el templo Cao Dai, a unas tres horas al norte de
HCMC. El caodaísmo es una secta fundada a principios del siglo XX. Su símbolo
es el ojo de Dios dentro de un triángulo y aglutina elementos de las
principales religiones (cristianismo, hinduismo, islamismo, budismo, taoísmo y
confuncianismo. Fue fundada a partir de supuestas revelaciones recibidas
directamente de célebres difuntos como Jesús, Mahoma…incluso Shakespeare.
Bien,
de haber sabido esto, probablemente no hubiéramos visitado el templo. Caímos en
las redes de algo que no nos agrada mucho: una visita organizada. En este caso
fue de la siguiente forma:
Llegar,
hacer unas fotos al templo (el diseño arquitectónico del mismo es lo único que
mereció la pena), ver parte del ritual de estos curiosos fieles (al principio
parecía una partida de parchís), alucinar con los cánticos y la extraña música
sin melodía, nos ordenan salir del templo e ir a comer al restaurante dónde la
agencia tiene concertado llevarnos, a comer la peor comida que hemos comido en
todo el viaje.
Tras
ello, visitamos los túneles Cu Chi. Es una red de túneles de unos 40 Km
construidos por las guerrillas del Viet Cong, que los utilizaron como
escondite, base de operaciones, hospitales y suministros en pleno bosque. La
sensación de claustrofobia caminando en cuclillas o incluso reptando por ellos
(con salidas cada pocos metros) se combate con la imaginación. Así, situándose
años atrás, imaginando que les perseguían, consiguieron completar el recorrido
Aritz y Jon.
Tras
la excursión de todo el día, aún nos quedaban fuerzas para afrontar una noche
de Halloween que, a su vez, suponía la despedida de Aritz de tierras vietnamitas,
en lo que fueron 20 intensos días de aventuras.
Shandra
fue la encargada del maquillaje, simplemente con una barra de labios y lápiz de
ojos. Tres jetas pintadas que parecían hacer las delicias de unos cuantos
locales que nos pedían fotografiarnos con ellos. Bebimos unas cervecitas y
bailamos hasta despedir a Aritz.
Al
día siguiente, nos quedaban únicamente 3 días para que caducasen nuestros
visados, que eran para un mes. Y no nos queríamos ir del país sin visitar el
Delta del Mekong. Todas las agencias turísticas ofrecen visitar el delta o
cruzar la frontera a Camboya a través del mismo. Decidimos hacerlo por nuestra
cuenta.
Para
ello, tras desayunar, nos dirigimos hasta la estación de autobuses del centro
de Saigón (Calle Phum Ngu Lao) donde teníamos que coger el bus número 39 hasta
la última parada en la estación del sur “Ben Xe Miên Tây”. Precio 5.000 dongs,
unos 15 céntimos de €.
Cogeríamos
un nuevo bus hasta Bên Tre, una localidad situada ya en medio del Delta.
Ahora
sabemos que teníamos que haber evitado este paso. Llegamos tarde, de noche, y
el alojamiento más barato no resultó ser tan barato.
Lo
que teníamos que haber hecho era ir directamente a Can Tho, que es lo que
hicimos temprano al día siguiente.
Can
Tho es un bonito pueblo pesquero desde donde pudimos recorrer en barca, por
fín, los canales del Delta, cuando ya lo dábamos como imposible.
Al
llegar en autobús a su estación, apareció Hâ, una de las encargadas del Hotel
Tan Phuoc 3, un hotel muy recomendable en la céntrica calle Hai Ba Trung. Allí
nos alojamos por 5 euros y nos ofreció la posibilidad de pasear durante 3 horas
en la barca de su hermana por el Mekong. Vimos:
Cómo
viven los lugareños en casas flotantes:
Siempre recibiendo saludos y sonrisas:
A
la vuelta nos dimos un paseo por el pueblo y cenamos. Nos fuimos muy temprano a
dormir puesto que al día siguiente nos levantábamos a las 4:30 a.m. para coger
un autobús que partía a las 5:00 a.m. desde la estación de Can Tho. Nos
cruzaría la frontera y nos trasladaría hasta Phnom Phen, capital de Camboya.
Aquí
nos despedimos hasta el próximo post, que será el primero sobre nuestras
andanzas en tierras camboyanas.
Un
fuerte abrazo para tod@s y…
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