jueves, 26 de septiembre de 2013

CHIANG MAI Y ALREDEDORES, 3ª PARTE: EL DESENLACE


Os dejamos con la voz en off de atuboladelmundo, que os va a contar lo que realmente sufrimos en nuestras carnes…

 

El trekking continuaba y nadie esperaba lo que iba a ocurrir.

Cinco minutos antes de la “pesadilla” se sacaron esta foto, sonrientes y tranquilos; impasibles ante la escena que vivirían a continuación.

Pues bien, bajaban la colina cuando a lo lejos divisaron una mancha de 40-50 ¿libélulas? estas son inofensivas así que continuaron…

Alguien del grupo gritó y empezó a correr, ¿Pero qué ocurría? Por un momento se juntaron todos, menos Tama, en círculo pero, ¿Dónde estaba el guía?

Hablaron unos segundos pensando qué hacer y hacia dónde ir, y las supuestas libélulas empezaron a picarles…

La realidad es que eran unas abejas gigantes, mordían dejando su aguijón metido, enganchadas, había que arrancarlas, ¡¡¡cogiéndolas con los dedos!!!! Cabeza, piernas, brazos; les estaban atacando y picando sin parar.

Sólo se oían gritos y más gritos, corriendo a toda velocidad, caras de pánico y absoluto terror, como si de una peli de Hitchcock se tratase.

Empezaron a correr y les perseguían, se acercaron al borde del río pero algunas todavía querían picarles.

Hannah la chica inglesa de tan solo 20 años, chillaba, lloraba y sudaba mucho, se puso muy nerviosa y decía que le picaba mucho la cabeza. Su amiga se portó genial, con madurez, y consiguió tranquilizarle diciéndole que todo iba a pasar y que pronto estarían a salvo.

El grupo estaba incompleto, faltaban la holandesa de las chancletas y el guía. Shandra gritó su nombre con desesperación; ¡¡¡¡¡Tamaaaaa!!!!!! Le necesitaban.

Por fin apareció, él también con cara de susto, y detrás de él la holandesa con las chancletas rotas en la mano, sudando, llorando y con un montón de picaduras.

Como Hannah no conseguía tranquilizarse, Tama echó un vistazo a su cabeza y le quitó cuatro abejas que se le habían enredado en el pelo.

Al otro lado del río había un lugareño al que le pidieron ayuda desesperados; no sabían qué hacer, hacia dónde ir y el picor era insoportable.

Jon, pálido y sudoroso, se quejaba de un dolor muy fuerte en la cabeza, le habían picado unas 5-6.

Shandra tenía la oreja izquierda más grande que la de Shrek, le palpitaba y ardía, y además tenía picotazos en las dos piernas.

Apareció una chica local con ánimo de ayudar y decidieron seguirle, por orden de Tama, bordeando el río pero... ¿Cuánto tiempo deberían caminar?, ¿Vendría alguien a rescatarles?; y lo peor, ¿Habría más abejas?, ¿Serían venenosas las picaduras?

Tras 40 minutos caminando en el más absoluto silencio, llegaron a la casa de los lugareños y la chica les dio una especie de sal para frotar en las picaduras, aliviaba un poco pero la sensación de quemazón sumada al picor era insufrible.

Las dos chicas austriacas tuvieron más suerte y sólo tenían uno o dos picotazos.

Tama explicó al grupo que el día anterior habían cortado el árbol con la colmena de las abejas, y era por ello que estaban “enfadadas”; qué mala suerte…



Todos pidieron al guía que llamase a alguien para irse de la selva cuanto antes.

Otra vez había que caminar, dolor, silencio, ruidos de animales, miradas al suelo y… empezó a llover para darle más dramatismo al momento.

El susto era mortal, ¿Se habrían ido?, ¿Volverían? Era inevitable pensarlo.

30 minutos de subida y ¡Vieron un coche! Siiii!!! ¿Salvados?

Tardaron una media hora en llegar al hospital y, por suerte, les atendieron al momento; camillas para los que estaban peor, entre ellos, Jon y Shandra. Pinchazo de morfina para el dolor, vómitos y hielo para las picaduras. Estuvieron más de una hora esperando ver alguna mejoría.

Por fin, hacia las 17h. el grupo volvía cada uno a su Guest House, cargados de pastillas para el dolor.

Estaban hechos polvo y todavía duraba el susto y la preocupación.

Al día siguiente, Jon se levantó con fiebre y las picaduras de Shandra estaban muy hinchadas por lo que cogieron un tuk-tuk y fueron al hospital directos. Otro hospital, este más moderno en Chiang Mai. Estuvieron más de tres horas, a Jon le hicieron unos anáisis de sangre en los que indicaba una pequeña infección y les recetaron más pastillas, esta vez antibióticos y antialérgicos.

Con este panorama, la pareja, se vio obligada a quedarse tres días más en Chiang Mai, bastante débiles y aún con el susto en el cuerpo, pero viendo cosas curiosas entre que recuperaban fuerzas.
 

El seguro del trekking cubrió todos los gastos médicos, menos mal, pero los días siguientes fueron durillos.

Después de esta historia, que bien podría ser un guión de una película de terror, ¿A quién le apetece volver a hacer trekking? Desde luego a Shandra no. Jon dice que ya pasó y prefiere sonreír recordándolo.
 

 
(Jon practicando, por si las abejas vuelven a atacarles)
 
A los días el picor remitió y los hinchazones bajaron, tomaron los siete días de antibióticos y a continuar con la aventura.

Decidieron no asustar a la familia y por eso, probablemente se estarán enterando ahora al leer este post.

Todo pasó y están bien que es lo más importante.

Cuando conocen a otros viajeros y hablan de dónde han estado y las actividades que han hecho, el trekking siempre se menciona y, entonces, Jon y Shandra, se miran; Jon se ríe, Shan no tanto, y les cuentan su aventura.

En el siguiente post os contarán más cositas, sin sustos…

Que nadie se preocupe en balde porque están bien y esto pasó hace más de 10 días.

 

Os queremos…


HASTA PRONTO

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